Desde hace más de diez años, trabajo con la teatralidad de la vida cotidiana e intento cuestionar la representación del subconsciente colectivo sin caer en el aspecto meramente nostálgico. En la puesta en escena de estas imágenes (comunes e intemporales), pruebo de reconstruir un pasado reciente que paulatinamente se va desvaneciendo de la memoria, al mismo tiempo que intento enlazar cuestiones genealógicas personales con una posible experiencia colectiva compartida. El encuadre es tratado como una escenografía poblada de actores anónimos que interpretan sus papeles delante de las cortinas de un teatro imaginario.
"El encuadre es tratado como una escenografía poblada de actores anónimos que interpretan sus papeles delante de las cortinas de un teatro imaginario"
¿Nos podrías explicar cómo es tu proceso creativo?
El punto de partida casi siempre consiste en fotos encontradas e incluso en “frames” de películas amateur. Creo que el uso contemporáneo de evidencias y rastros documentales dota de una nueva dimensión y de una nueva vida a la imagen. Me gusta interpretarlo como un regalo que quiero compartir con el espectador. Durante mucho tiempo trabajé con los álbumes familiares propios, pero llegó un momento que este material me pareció que perdía frescura, a parte que, moralmente, también me era complicado exponer y vender cuadros de personajes muy cercanos a mí. Por eso quise recuperar la mirada limpia y el momento mágico que supone el descubrimiento de una imagen desconocida. Empecé a buscar en mercados, encantes, y en algunos archivos privados, que son los principales lugares donde recolecto las imágenes de archivo. En este sentido, quizás es importante decir que casi nunca utilizo internet, porqué me gusta tener la exclusividad de una imagen en concreto. Últimamente, y en realidad para continuar trabajando en un universo colectivo, familiar y personal, mi visión se está ampliando a unos referentes no sólo de imágenes, sino de relato también escrito. Me fijo especialmente en obras de la literatura popular infantil escandinava, lecturas que formaron parte de mi educación sentimental como las de Astrid Lindgren, Tove Jansson y Selma Lagerlöf.
El proceso creativo ha sufrido, así, una evolución.
Sí, inevitablemente. La línea de trabajo que estoy siguiendo ahora la empecé a desarrollar habiendo pasado por la Escuela de Arte y Diseño Llotja y, posteriormente, por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. El 2002, empecé a encerrarme en el taller y me fui desvinculando del grafiti donde había empezado. Recuerdo que fue casi por azar que empece a trabajar con imágenes de archivo. Al principio, me basaba en anuncios encontrados en revistas españolas de los años 50. Ahora que lo pienso, la premisa era un poco pop, cercana a Larry Rivers o al Segal más pictórico. Después de un año trabajando con fuentes publicitarias, me di cuenta que mi verdadera obsesión no eran sólo las sonrisas falsas y la teatralidad de la publicidad, sino la puesta en escena que reproducimos siempre sólo por el hecho de tener una cámara enfrente, incluso en ámbitos familiares. Así es como en 2003 me decanté por la imprevisibilidad de la fotografía familiar (realizada sin pretensiones artísticas) como fuente documental para mi obra.
¿Podrías citarnos los proyectos artísticos y las exposiciones de tu carrera que consideres más importantes?
Recuerdo con ilusión 2005, año de la primera venta importante y también de mis primeras exposiciones, como la celebrada en la Sala d’Art Jove de la Generalitat de Catalunya. También le tengo estima al año 2012, en que realice mi primera exposición individual en París y pude editar mi primer catálogo, en la República Checa. Y, más recientemente, destacaría el año 2016, con la sorpresa y posterior satisfacción por recibir el Premio Internacional de Dibujo Ynglada-Guillot… Pero la verdad es que, a lo largo de los años, han sido muchas exposiciones, murales por toda Europa y un conjunto de experiencias positivas, así que me es difícil destacar sólo alguna de ellas.